“Chiqui” Wiernes, el armador de mil sueños en el vóley sanjuanino

Pasó por la natación, el waterpolo y hasta jugó hockey, pero su pasión por el vóley se impuso, llevándolo a la selección argentina

"Me dicen 'Chiqui' desde que nací y si me decís Leonardo ni te miro", comienza la charla Leonardo César Wiernes, uno de los tantos grandes jugadores que dio el vóleibol sanjuanino.

La casa de sus abuelos maternos estaba en Concepción y siempre estuvo en esa zona, hasta que a los cinco años se mudó a la Villa América y se crió viviendo a una cuadra del club Social San Juan. Confeso hincha de Sportivo Desamparados, sus estudios primarios los cursó en la Escuela 25 de Mayo en los primeros años y finalizó en la Superior Sarmiento. Los secundarios fueron en la Escuela Boero, promoción de Electrónica del ’81, con quienes sigue reuniéndose, al igual que con algunos compañeros de la primaria.

Antes de dedicarse al vóley, recuerda que con su madre iban caminando hasta Obras y allí había un requisito casi indispensable: debía saber nadar sí o sí. Socio desde los tres años del club, iba a las clases del profesor Poblete para aprender a nadar y por ello es que dice que sus primeros grandes deportes fueron natación y waterpolo. Antes de tomar en serio a su deporte de toda la vida, cuenta que en la Villa América había un grupo que jugaba mucho al vóley y él tenía que decidir entre jugarlo o practicar hockey, hasta que, un día, junto a su amigo Daniel Yafar, estando en Social San Juan, alguien le dijo que jugara al arco y le dieron careta y pechera y lo mandaron a la cancha. En pleno partido recibió un bochazo tan fuerte que aún recuerda y que hizo que nunca más se subiera a unos patines.

A partir de ese momento comenzó a acercarse más al vóley, ya que su hermano jugaba y el hecho de ser socio de Obras, sin dudas influyó en su decisión; por ello es que a los 12 años comenzó a entrenar responsablemente con su primer técnico, Luis Torres Lobato. Recuerda que eran tres amigos que jugaban juntos y todos eran armadores: Daniel López, Marcelo Moya y él y en el primer campeonato argentino juvenil en 1976, fueron a la preselección sanjuanina y quedan adentro sus dos amigos y él afuera, lo que significó un golpe duro en lo anímico, en ese momento.

La revancha llegó muy pronto, ya que al año siguiente sí integró la selección que jugó el campeonato argentino y a ese torneo fue a verlo el técnico de la selección nacional, el coreano Young Wan Sohn, siendo preseleccionado.

Chiqui reconoce que tuvo un gran apoyo de su club. Dice que el vóley apareció en su vida gracias a su hermano, a quien le da un gran porcentaje de responsabilidad de lo que fue este deporte para él y que oficiaba de interlocutor con sus padres cuando hubo que hablar sobre su futuro y el hecho de tener que salir de casa, pues a los 15 años se fue a Buenos Aires a jugar a GEBA y también a vivir, ya que acondicionaron un vestuario del club en el sexto piso para que viviera con otros compañeros.

Reconoce que, al margen de jugar dos temporadas para ese club, en el metropolitano, se entrenaba más con la selección argentina que estaba en el proceso previo al mundial del 82, trabajo que comenzó en 1979 y que, al año siguiente, luego del campeonato sudamericano ganado en Chile, ese seleccionado juvenil ya se transformó en la base de lo que sería el equipo mundialista que conseguiría la medalla de bronce. Ese lauro no se consiguió por casualidad; con el técnico coreano bancando un equipo con muchos juveniles, que fue consiguiendo resultados y realizando un trabajo previo a través de los años que tuvo, en 1980, una gira por Estados Unidos, Canadá y Asía.

En 1981 se viajó a Europa, durante 64 días, visitando 9 países y jugando más de 40 partidos y -además- se logró el subcampeonato continental de mayores. También hubo partidos de preparación en Asia. Después de aquel momento de gloria, Wiernes partió por primera vez a jugar a Europa, a la liga A2 de Italia, para el Santa Croce Sull’arno, en la región toscana, entre las ciudades de Pisa y Florencia; allí jugó dos temporadas y cuando iba por la tercera, aparece un llamado de la Argentina para que jugadores que estaban en el exterior se incorporaran a los equipos que iban a jugar la liga nacional; la condición era que cada jugador se desempeñara en un equipo diferente, y la otra particularidad fue que les pagaban la misma cantidad de dinero que lo que ganaban en Europa. Al no poder jugar en Obras, porque lo hacía Raúl Quiroga, Chiqui jugó para Mendoza de Regatas.

Luego de un paso como DT de la selección nacional de cadetes, se volvió a abrir la puerta de Europa; en este caso se trató de Andorra y hacia allí fue con su bagaje de conocimientos y experiencia, jugando dos años en aquel lugar y dos en la Islas Canarias, disputando la Liga española.

Luego, llegó el momento del regreso a su San Juan junto a su esposa Marta y sus hijos Ignacio y Augusto que nació después. Piensa que San Juan es un lugar único en el país, donde el vóley ocupa un lugar importantísimo, un fenómeno, digno de estudiar y -en especial- Obras, que ha dado históricamente una cantidad de jugadores de gran nivel y donde muchos que llegan a la provincia, piden conocer ese lugar de donde salieron tantos cracks. Les resulta difícil entender que se hayan formado jugando dentro de una pileta de natación.

El Chiqui Wiernes también tuvo su etapa como entrenador de Obras y actualmente ejerce como profesor de Educación Física, tarea que disfruta con sus alumnos de segundo a sexto año, tratando de dejarles un mensaje, una lección de vida que perdure. Considera que este no es el momento para ser técnico; no le gustan algunos métodos que tienen para dirigir algunas personas y por ello es que los fines de semana los dedica a su familia, sus amigos, sus momentos de esparcimiento.

Modificado por última vez en Jueves, 11 Junio 2020 19:41